"el aleteo de las alas de una mariposa, se puede sentir al otro lado del mundo" (proverbio chino)
Horowitz - Scarlatti, Sonata in f minor, K466
Esto es lo que frena mis impulsos. Me aquieta, me aplaca, me serena y me mantiene firme en mi sitio .
Ayer se presentó en el Castillo de San Jorge la revista triana junto con el programa de la Velá 2014, que ha publicado un artículo en el que hablo de Triana como hija adoptiva. ¿Qué necesita uno para ser de Triana? se titula, es un honor para mí que me lo hayan publicado porque aunque soy hija adoptiva, quiero a Triana como la que más. Aquí va mi homenaje a Triana y a todos los trianeros.
¿QUE
NECESITA UNO PARA SER DE TRIANA?
Sin duda, la pregunta parece fácil pero tiene su intríngulis. Tanto si preguntas en el barrio como si cruzas el río y te vas a Sevilla, la respuesta mayoritaria será que para ser de Triana hay que haber nacido en el arrabal trianero; si el entrevistado además, es trianero “rancio”, añadirá que también hay que estar bautizado en la “Pila Los Gitanos” y si es foráneo puede que lacónicamente responda: “vivir allí, ¿no? Son las réplicas más espontáneas que se me ocurren a pie de calle. Verdaderas en cierta medida y reales aunque con cierto topicismo puesto que ni todos los que viven allí son trianeros de nacimiento ni todos los que han nacido en Triana viven allí, ni mucho menos se han bautizado exclusivamente en la parroquia de Santa Ana. Y es que el lugar de nacimiento es circunstancial; de hecho, si dicha máxima se tomara al pie de la letra, desde que las parturientas cambiaron la cama de matrimonio de su domicilio por el paritorio de los hospitales, muchos serían de Bami o de la Macarena o del barrio donde se ubique la clínica en la que abrieron los ojos al mundo por primera vez. Como digo, el lugar de nacimiento solo es una condición geográfica y el trianero al igual que el gaditano, nace donde quiere o donde puede, y después acuden a la llamada marinera del río, donde se quedan embrujados para siempre. “Y es de noche como un sueño, mi río Guadalquivir, ¿qué tienes? que eres el dueño de aquél que se mira en ti” Vivir en Triana te imprime el carácter, como expresó Manuel Lauriño, escritor costumbrista, trianero, aunque nacido en Sanlúcar de Barrameda: “este axioma vivo, que lleva a sentirte trianero aunque naciera en el último suspiro”. O como escribió Machado alguna vez: “el corazón del hombre está donde ha nacido no a la vida sino al amor”. Cuántos ilustres trianeros o ideográficamente trianeros que fueron a nacer ni siquiera en la otra orilla, sino a bastantes kilómetros de allí. Y cuántos hay, paridos en los corrales de la calle Castilla, Alfarería, Pagés del Corro y tantos otros que hoy tienen que conformarse con cruzar el puente de visita soñando con esa Triana agridulce y envolvente cual torbellino de colores que les desgarra el alma, con la cadencia de un estribillo tatareado en el interior de sus labios como una queja doliente y resignada. “Y me he tenido que ir, al cabo de tanto tiempo, yo me he tenido que ir, que pena cruzar el Puente y no quedarme a dormir” Ser trianero es una condición, un estado, un modo, una manera, una naturaleza, un sentimiento, un querer, un sentir, una filosofía, una guisa... y un regusto que no se obtiene con el solo hecho de vivirr en esta pequeña república de la gracia cuya idiosincrasia te ciñe el viso de ser de Triana, de sentirte trianero y de llevarlo a gala. Esta bendita tierra que se dibuja desde la margen del río Guadalquivir a la Vega, que resbala sus auroras de nostalgias entre azahares e incienso, entre bulerías y avellanas verdes, entre marineros y fraguas, entre mimbres y alfarerías. Esta tierra de todos y de nadie, que acoge a tantos hijos adoptivos, guíados por la estrella de su suerte, como Rodrigo de Triana, que a pesar de su apodo no se le puede asegurar su origen trianero y sin embargo, te da la bienvenida apuntando con su dedo, qué mejor recibimiento por este costero que el de aquél que dijo: “Tierra, tierra...” cuando avistó el Nuevo Mundo. A Triana hay que sentirla, vivirla, conocerla y amarla; amarla sobretodo, amarla incondicionalmente, como se quiere a una madre y con ese amparo también que te produce cruzar el Puente y decir para tus adentros: “ya estoy en Triana, ya estoy en casa” como si los muros de la Zapata y el Paseo de la O, fueran fortalezas inexpugnables que velan tus designios. . Para sentir a Triana, hay que pisarla, día tras día; hartarse de saborear las esquinas y los rincones por donde resbala su savia y perderse, perderse y recrearse como en un laberinto de sensaciones, entre los escondites indelebles de caliche y las retahílas ordenadas de sus calles; absorber la esencia de sus personajes: los míticos y los reales, los legendarios y los actuales; sucumbir a la memoria trémula, experimentar el deleite de un no sé qué, que lleva el aire, que te impregna como un veneno, que te aprisiona como una dulce condena y te prende el alma para siempre. Triana te llega en cualquier momento pero te enamora si vives una primavera con ella y la respiras, la absorbes en pequeños momentos, la saboreas en sonetos que huelen a naranja amarga y a cera quemada.
Alumbra una estrella,
valiente, certera y azul como la noche que la recoge después de
entregar sus manos a
Sevilla desde Triana.
“Dice
Jesús de las Penas,
que
no hay manos más bonitas
que
las manos de la Estrella.
Ya
salió de su capilla
y
viene cruzando el Puente,
la
piropea Sevilla,
es
mi Estrella, la valiente”.
Y amanece con la resaca en
el corazón de una salve sublime.
Se confunde el cielo en
colores sepia, desparramándose a través de los rayos de sol
inclinados
que caen difusos sobre
Triana, reflejando un misterio de capirotes blancos. Huele a
azahares por
el barrio León y una
ristra de nardos se ensartan para custodiar ante Caifás al Señor
de San Gonzalo.
Desde la calle Pureza, aún
perfumada de pétalos de esperanza, se presiente un murmullo,
un eco ya menguante de lo
que fue un instante sublime; cimbreante, entre las velas rizadas de
su
angustia, va la morena más
guapa de Triana tras los pasos de un caballo que baila en el
Altozano.
“Alumbra
la madrugá
con
infinita grandeza
y
una salve marinera
se
escucha desde Santana,
tres
caídas por Pureza
que
morena es tu tristeza,
Esperanza
de Triana”
Dividir
el corazón entre dos puros semblantes, en una dicotomía del amor.
Perder el
sentido
en el callejón de la O al son de cornetas y tambores cuando Ariza
trae de frente al
nazareno
de Triana y en un suspiro, de Cachorro herido bajo los aros del
Puente, yace
exámine
el cuerpo, con su agonía presente; seguir la estela de un hombre que
expira crucificado
desde
la vida a la muerte.
Pero no termina la pasión
en Triana el Viernes Santo, a este barrio aún le quedan dos
amaneceres
importantes antes de que
llegue el estío. En uno despiertan la mañana los cohetes, en el
otro un
repique de campanas.Una
peregrina hasta el Rocío; la otra, se engalana con altares. Una
lleva un
Simpecado; la otra, un
Corpus trianero. Las dos, cobijo de plata; las dos huelen a romero
“La
niebla peinó a Triana
le
hizo de plata un roete
pa
salir de romería
y
como estaba tan guapa
le
pintó el sol coloretes
de
las claritas del día”
¿Qué
necesita uno para ser de Triana?
Nacer, vivir, morir... si
no
se
trata del cuerpo, se trata
del
existir, del alma y del
sentimiento
porque Triana es
un
verso que no se deja escribir.
Yo
no encuentro otra razón
porque
soy hija adoptiva y no
tengo
por respuesta más que
una
condición, que para ser de
Triana,
tan solo hay que llevarla
metida
en el corazón.
Mª
Angeles Aroca Codes
“Solo
sé que no sé nada”
Es
un conocido dicho que se deriva de lo relatado por el filósofo
griego Platón acerca de Sócrates, su maestro y uno de los
representantes fundamentales de la filosofía de la Grecia clásica.
La
imprecisión de parafrasear este fragmento como «sólo sé que nada
sé» radica en que el autor no está diciendo que no sabe nada, sino
que hace ver que no se puede saber nada con absoluta certeza, incluso
en los casos en los que uno cree estar seguro.
Muy
buena frase para aplicar en esos momentos en los que reina la
incertidumbre y la verdad se confunde con la mentira, la ilusión con
la realidad y el presente con el pasado creando así una hecatombe del
pensamiento, o dicho de forma coloquial, volviéndonos locos de atar.
Seguro que alguna vez has parafraseado lo mismo que Platón cuando no
entiendes nada de lo que pasa a tu alrededor.
Es
un recurso fácil al que recurre nuestra mente agotada, lo curioso es
que es tan solo una parte de una oración más larga. La frase
completa sería “solo sé que no sé nada y, al saber que no sé
nada, algo sé, porque sé que no sé nada”.
Pues,
menos mal.
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