Ayer se presentó en el Castillo de San Jorge la revista triana junto con el programa de la Velá 2014, que ha publicado un artículo en el que hablo de Triana como hija adoptiva. ¿Qué necesita uno para ser de Triana? se titula, es un honor para mí que me lo hayan publicado porque aunque soy hija adoptiva, quiero a Triana como la que más. Aquí va mi homenaje a Triana y a todos los trianeros. 







¿QUE NECESITA UNO PARA SER DE TRIANA?
 
 Sin duda, la pregunta parece fácil pero tiene su intríngulis. Tanto si preguntas en el barrio 
como si cruzas el río y te vas a Sevilla, la respuesta mayoritaria será que para ser de Triana hay que
 haber nacido en el arrabal trianero; si el entrevistado además, es trianero “rancio”, añadirá que
 también hay que estar bautizado en la “Pila Los Gitanos” y si es foráneo puede que lacónicamente
 responda: “vivir allí, ¿no?

 Son las réplicas más  espontáneas que se me ocurren  a pie de calle. Verdaderas en cierta
 medida y reales aunque con cierto topicismo puesto que ni todos los que viven allí son trianeros de
 nacimiento ni todos los que han nacido en Triana viven allí, ni  mucho menos se han bautizado
 exclusivamente en la parroquia de Santa Ana.
 Y es que el lugar de nacimiento es circunstancial; de hecho, si dicha máxima se tomara al pie
 de la letra,  desde que las parturientas cambiaron la cama de matrimonio de su domicilio por el
 paritorio de los hospitales, muchos serían  de Bami o de la Macarena o del barrio donde se ubique
 la clínica en la que  abrieron los ojos al mundo por primera vez.
 Como digo, el lugar de nacimiento solo es una condición geográfica y el trianero al
 igual que el gaditano, nace donde quiere o donde puede, y después acuden a la llamada marinera del
 río, donde se quedan embrujados para siempre.

  Y es de noche como un sueño, 
     mi río Guadalquivir,
     ¿qué tienes? que eres el dueño
     de aquél que se mira en ti”

 
 Vivir en Triana te imprime el carácter, como expresó  Manuel Lauriño, escritor costumbrista,
 trianero, aunque nacido en Sanlúcar de Barrameda: “este axioma vivo, que lleva a sentirte trianero aunque
 naciera en el último suspiro”. O como escribió Machado alguna vez: “el corazón del hombre está donde ha
 nacido no a la vida sino al amor”.
Cuántos ilustres trianeros o ideográficamente trianeros que fueron a nacer  ni siquiera en la 
otra orilla, sino a bastantes kilómetros de allí. Y cuántos hay, paridos en los corrales de la 
calle Castilla, Alfarería, Pagés del Corro y tantos otros que hoy tienen que conformarse con cruzar 
el puente de visita soñando con esa Triana agridulce y envolvente cual torbellino de colores que les 
desgarra el alma, con la cadencia de un estribillo tatareado en el interior de sus labios como una queja 
doliente y resignada.

  Y me he tenido que ir,
    al cabo de tanto tiempo,
    yo me he tenido que ir,
    que pena cruzar el Puente
    y no quedarme a dormir”

 Ser trianero es una condición, un estado, un modo, una manera, una naturaleza, un sentimiento,
 un querer, un sentir, una filosofía, una guisa... y un regusto que no se obtiene con el solo hecho
 de vivirr en esta pequeña república de la gracia cuya idiosincrasia te ciñe el viso de ser de Triana,
 de  sentirte trianero y de llevarlo a gala.
 Esta bendita tierra que se dibuja desde la margen del río Guadalquivir a la Vega, que resbala
 sus auroras de nostalgias entre azahares e incienso, entre bulerías y avellanas verdes, entre marineros
 y fraguas, entre mimbres y alfarerías. Esta tierra de todos y de nadie, que acoge a tantos hijos
 adoptivos, guíados por la estrella de su suerte, como Rodrigo de Triana, que a pesar de su apodo no
 se le puede asegurar su origen trianero y sin embargo, te da la bienvenida apuntando con su dedo,
 qué mejor recibimiento por este costero que el de aquél que dijo: “Tierra, tierra...” cuando 
avistó el Nuevo Mundo.
 
 A Triana hay que sentirla, vivirla, conocerla y amarla; amarla sobretodo, amarla 
 incondicionalmente, como se quiere a una madre y con ese amparo también que te produce cruzar
 el Puente y decir para tus adentros: “ya estoy en Triana, ya estoy en casa” como si los muros de la
 Zapata y el Paseo de la O, fueran  fortalezas inexpugnables que velan  tus designios. .
 
 Para sentir a Triana, hay que pisarla, día tras día; hartarse de saborear las esquinas y los 
rincones por donde resbala su savia y perderse, perderse y recrearse como en un laberinto 
de sensaciones, entre los escondites indelebles de caliche y las retahílas ordenadas de sus calles;
 absorber la esencia de sus personajes: los míticos y los reales, los legendarios y los actuales;
 sucumbir a la  memoria trémula, experimentar el deleite de un no sé qué,  que lleva el aire,
 que te impregna como un  veneno, que te aprisiona como una dulce condena y  te prende
 el alma  para siempre.
 
 Triana te llega en cualquier momento pero te enamora si vives una primavera con ella  y
 la respiras, la absorbes en pequeños momentos, la saboreas en sonetos que huelen a naranja amarga
 y a cera quemada.
Alumbra una estrella, valiente, certera y azul como la noche que la recoge después de
entregar sus manos a Sevilla desde Triana.

Dice Jesús de las Penas,
que no hay manos más bonitas
que las manos de la Estrella.
Ya salió de su capilla
y viene cruzando el Puente,
la piropea Sevilla,
es mi Estrella, la valiente”.

Y amanece con la resaca en el corazón de una salve sublime.
Se confunde el cielo en colores sepia, desparramándose a través de los rayos de sol inclinados
que caen difusos sobre Triana, reflejando un misterio de capirotes blancos. Huele a azahares por
el barrio León y una ristra de nardos se ensartan para custodiar ante Caifás al Señor de San Gonzalo.

Desde la calle Pureza, aún perfumada de pétalos de esperanza, se presiente un murmullo,
un eco ya menguante de lo que fue un instante sublime; cimbreante, entre las velas rizadas de su
angustia, va la morena más guapa de Triana tras los pasos de un caballo que baila en el Altozano.
Alumbra la madrugá
con infinita grandeza
y una salve marinera
se escucha desde Santana,
tres caídas por Pureza
que morena es tu tristeza,
Esperanza de Triana”
Dividir el corazón entre dos puros semblantes, en una dicotomía del amor. Perder el
sentido en el callejón de la O al son de cornetas y tambores cuando Ariza trae de frente al
nazareno de Triana y en un suspiro, de Cachorro herido bajo los aros del Puente, yace
exámine el cuerpo, con su agonía presente; seguir la estela de un hombre que expira crucificado
desde la vida a la muerte.
Pero no termina la pasión en Triana el Viernes Santo, a este barrio aún le quedan dos amaneceres
importantes antes de que llegue el estío. En uno despiertan la mañana los cohetes, en el otro un
repique de campanas.Una peregrina hasta el Rocío; la otra, se engalana con altares. Una lleva un
Simpecado; la otra, un Corpus trianero. Las dos, cobijo de plata; las dos huelen a romero
La niebla peinó a Triana
le hizo de plata un roete
pa salir de romería
y como estaba tan guapa
le pintó el sol coloretes
de las claritas del día”

¿Qué necesita uno para ser de Triana?
Nacer, vivir, morir... si no
se trata del cuerpo, se trata
del existir, del alma y del
sentimiento porque Triana es
un verso que no se deja escribir.

Yo no encuentro otra razón
porque soy hija adoptiva y no
tengo por respuesta más que
una condición, que para ser de
Triana, tan solo hay que llevarla
metida en el corazón.


Mª Angeles Aroca Codes

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