Variaciones sobre el olvido de mario benedetti.
Enviado de Samsung Mobile
"el aleteo de las alas de una mariposa, se puede sentir al otro lado del mundo" (proverbio chino)
Sin duda, la pregunta parece fácil pero tiene su intríngulis. Tanto si preguntas en el barrio como si cruzas el río y te vas a Sevilla, la respuesta mayoritaria será que para ser de Triana hay que haber nacido en el arrabal trianero; si el entrevistado además, es trianero “rancio”, añadirá que también hay que estar bautizado en la “Pila Los Gitanos” y si es foráneo puede que lacónicamente responda: “vivir allí, ¿no? Son las réplicas más espontáneas que se me ocurren a pie de calle. Verdaderas en cierta medida y reales aunque con cierto topicismo puesto que ni todos los que viven allí son trianeros de nacimiento ni todos los que han nacido en Triana viven allí, ni mucho menos se han bautizado exclusivamente en la parroquia de Santa Ana. Y es que el lugar de nacimiento es circunstancial; de hecho, si dicha máxima se tomara al pie de la letra, desde que las parturientas cambiaron la cama de matrimonio de su domicilio por el paritorio de los hospitales, muchos serían de Bami o de la Macarena o del barrio donde se ubique la clínica en la que abrieron los ojos al mundo por primera vez. Como digo, el lugar de nacimiento solo es una condición geográfica y el trianero al igual que el gaditano, nace donde quiere o donde puede, y después acuden a la llamada marinera del río, donde se quedan embrujados para siempre. “Y es de noche como un sueño, mi río Guadalquivir, ¿qué tienes? que eres el dueño de aquél que se mira en ti” Vivir en Triana te imprime el carácter, como expresó Manuel Lauriño, escritor costumbrista, trianero, aunque nacido en Sanlúcar de Barrameda: “este axioma vivo, que lleva a sentirte trianero aunque naciera en el último suspiro”. O como escribió Machado alguna vez: “el corazón del hombre está donde ha nacido no a la vida sino al amor”. Cuántos ilustres trianeros o ideográficamente trianeros que fueron a nacer ni siquiera en la otra orilla, sino a bastantes kilómetros de allí. Y cuántos hay, paridos en los corrales de la calle Castilla, Alfarería, Pagés del Corro y tantos otros que hoy tienen que conformarse con cruzar el puente de visita soñando con esa Triana agridulce y envolvente cual torbellino de colores que les desgarra el alma, con la cadencia de un estribillo tatareado en el interior de sus labios como una queja doliente y resignada. “Y me he tenido que ir, al cabo de tanto tiempo, yo me he tenido que ir, que pena cruzar el Puente y no quedarme a dormir” Ser trianero es una condición, un estado, un modo, una manera, una naturaleza, un sentimiento, un querer, un sentir, una filosofía, una guisa... y un regusto que no se obtiene con el solo hecho de vivirr en esta pequeña república de la gracia cuya idiosincrasia te ciñe el viso de ser de Triana, de sentirte trianero y de llevarlo a gala. Esta bendita tierra que se dibuja desde la margen del río Guadalquivir a la Vega, que resbala sus auroras de nostalgias entre azahares e incienso, entre bulerías y avellanas verdes, entre marineros y fraguas, entre mimbres y alfarerías. Esta tierra de todos y de nadie, que acoge a tantos hijos adoptivos, guíados por la estrella de su suerte, como Rodrigo de Triana, que a pesar de su apodo no se le puede asegurar su origen trianero y sin embargo, te da la bienvenida apuntando con su dedo, qué mejor recibimiento por este costero que el de aquél que dijo: “Tierra, tierra...” cuando avistó el Nuevo Mundo. A Triana hay que sentirla, vivirla, conocerla y amarla; amarla sobretodo, amarla incondicionalmente, como se quiere a una madre y con ese amparo también que te produce cruzar el Puente y decir para tus adentros: “ya estoy en Triana, ya estoy en casa” como si los muros de la Zapata y el Paseo de la O, fueran fortalezas inexpugnables que velan tus designios. . Para sentir a Triana, hay que pisarla, día tras día; hartarse de saborear las esquinas y los rincones por donde resbala su savia y perderse, perderse y recrearse como en un laberinto de sensaciones, entre los escondites indelebles de caliche y las retahílas ordenadas de sus calles; absorber la esencia de sus personajes: los míticos y los reales, los legendarios y los actuales; sucumbir a la memoria trémula, experimentar el deleite de un no sé qué, que lleva el aire, que te impregna como un veneno, que te aprisiona como una dulce condena y te prende el alma para siempre. Triana te llega en cualquier momento pero te enamora si vives una primavera con ella y la respiras, la absorbes en pequeños momentos, la saboreas en sonetos que huelen a naranja amarga y a cera quemada.
QUIEN HA VIVIDO MUCHAS TORMENTAS Hay una tierra devastada, destruida por un temporal que el destino caprichoso hace volver una y otra ...