*Nº 1*


¡Me tengo que levantar, me tengo que levantar! Se repetía mentalmente
mientras apretaba los puños sobre la mesa, tan fuerte que llegó a
clavarse las uñas en la palma de la mano. El dolor la hizo reaccionar y
aunque el pensamiento de levantarse se refería más bien al estado
anímico, saltó de la silla como un resorte, cogió un cigarrillo y salió
corriendo de aquél lugar, de aquella jaula de puertas abiertas hacia un
espacio exterior donde recuperaba el aliento de nuevo, donde la
respiración que se había quedado atascada en la boca del estómago volvía
a fluir, donde aspiraba aire fresco aunque ese aire estuviese
contaminado de angustias y humo.

Le bastaban unos minutos para reponerse y volver más calmada pero ésta
vez era distinto; ésta vez traía peso acumulado de otra jaula y, una
pesada viga de hierro estaba a punto de romperse sobre su cabeza. El
acto, la voluntad de ponerse de pie y salir echando leches era algo
inconsciente, como un acto reflejo, algo así como cuando te quemas y
retiras la mano del fuego; pero levantar el ánimo, las ganas, el
entusiasmo, la fuerza..., eso necesitaba algo más que un paseo por los
exteriores, hubiera necesitado cambiar no solo de espacio sino de piel.

Recorría aquellos pasillos rodeados de un verde sin esperanza, verdes
teñidos de otoño, verdes camuflaje para desaparecer entre ellos como las
lagartijas que serpenteaban por delante de sus pies y se escondían en la
maleza.

Estaba a punto de claudicar, de rendirse; era más fácil en ese momento
caer que luchar porque para luchar hay que mantenerse en pie y para eso
se necesita un mínimo de esfuerzo; ella no tenía fuerzas, ni ganas; "
gastada, sin pellejo" que es lo mismo que decir: en carne viva, donde
todo traspasa y hiere con más facilidad. Así se sentía.

Pensó que era mejor dejarse caer sobre el suelo y que la jauría de lobos
hambrientos acabasen con ella de una vez que salir corriendo; por otra
parte, ¿correr a dónde?, a dónde iba a ir sin nadie en quién poder
confiar, sin nadie en quién poder apoyarse, sin nadie a quién poder
contarle la verdad de lo que le estaba sucediendo.

También podía acurrucarse sobre la pared y morirse de frío, o inanición;
tal vez, -fantaseaba una forma de finalización- inhalando el monóxido de
carbono producto de una mala combustión, así por lo menos, tendría una
muerte dulce. Una mala combustión sería la descripción perfecta para esa
amalgama de circunstancias que estaban confluyendo en ese momento en su
vida y en su persona.

Alegorías de una mente cansada que en su desesperación, imagina posibles
vías de escape que no se llegarían a materializar porque nadie que
albergue un mínimo de fe -y a ella, le sobraba- podría
cometer la atrocidad de atentar contra su propia vida.

Cuando se está en un callejón sin salida, lo único que se desea es
desaparecer; cuando hay un gran peso en el alma, lo que menos cuenta es
la integridad del cuerpo físico. Al fin y al cabo, no era tan distinta
del resto de los mortales aunque no encontrara su lugar entre ellos.

Aún no sé que es lo que la salvó de todo aquello, tal vez fue su fe
inquebrantable, o quizás fueron aquellos verdes otoñales que empezaron a
florecer, o su fortaleza desconocida, quién sabe... Ella solía decir:
"siempre hay salida" y puede que en el fondo, esa convicción acabó
rescatándola, cuando comprendió y aceptó que la salida tiene muchas
puertas que no vemos cuando nos obcecamos en la única que no podemos
atravesar.

A. Aroca

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