BORRAR Y EMPEZAR

Es fácil borrar un acrílico, basta con frotar suavemente con una esponja
húmeda para eliminar la pintura y volver a utilizarlo. La primera vez
apenas si se notan los restos de pigmentos y se puede cubrir nuevamente
el lienzo con otro dibujo. La segunda vez, el proceso va dejando huellas
sobre la superficie aunque se pueden disimular los fallos con una buena
capa de esmalte aplicada sobre el área afectada. La tercera vez es más
complicado; no solo arrastras el color sino pequeñas partículas de tela
que dejaran surcos en el liso entelado convirtiéndolo así en una
superficie rugosa donde el pincel ya no resbalará con la suavidad del
principio, sino que se deslizará en un terreno áspero, irregular y
susceptible de romperse a la más mínima presión.

Aún así, se insiste, porque es tu dibujo, porque quieres seguir
pintando, porque quieres plasmar aquello que tenías en mente cuando lo
comprastes. Tanto tiempo y tanto esfuerzo empleado en esa obra que se
desmorona por momentos y con la que ya no sabes que hacer para
remediarla. Se insiste nuevamente, aunque ya con poca ilusión ante lo
que se prevee que va a ser una chapuza, pero sigues poniendo interés
intentando arreglar lo que se ha echado a perder, engañándote con la
idea de que con la próxima pasada de esmalte, todo va a quedar como
nuevo, como si nada hubiera pasado, queriendo eliminar con agua lo que
una vez se tiñó de color.

El resultado es desastroso, se arrastra la pintura y la tela a la vez,
la superficie se vuelve impracticable y el resultado no es otro que el
cubo de la basura.

No hay duda que el lienzo se compró con ilusión para realizar algo bello
pero a veces, buscando la perfección, se ha borrado demasiado para
empezar de nuevo y el soporte, se ha echado a perder.

Lo mismo, pasa con las relaciones.


A. Aroca

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