EL PRIMER MARTILLEO

Una llega a primera hora de la mañana, después de haber tenido algunos
percances en el trayecto, con sueño atrasado de cuatro días, con el
ánimo por los suelos y un humor de perros, pero una llega. Se acomoda en
su asiento, enciende el ordenador y empieza a notar una especie de
calambre que sube desde el ombligo hasta el pecho, como una especie de
angustia que se dispersa por los pulmones y le impide respirar.

Después de desesperarse o en la misma desesperación, se coloca los
auriculares y le da al play del réquiem de John Rutter que ha escogido
de entre todos los de su smarthphone. "Lux aeterna", tal vez en una
petición urgente de salvación a través de la música.
Tiene los oídos saturados y no ha hecho más que llegar. No puede
soportarlo, hay días que lo lleva bien pero otros como hoy, le pesan
demasiado.

Se pregunta si se puede medir la velocidad de la voz como la del sonido,
la rapidez de las palabras, la intensidad del tono pues parece que
supera todas las barreras, tiene que haber una fórmula para ésto.
Cuántas palabras se pueden decir por minuto, o por segundo o por medio
segundo, cuanta palabrería puede salir de una boca a tan temprana hora,
cómo no se vacía con tanto esfuerzo. ¡que disparate!
Una hora, una hora más o menos dura el primer martilleo. Esto es como
las tormentas, cuando viene con fuerza, las lluvias son torrenciales.
Habrá que aguantar el chaparrón.

A. Aroca

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