LA OFERTA


No suelo hablar de política, no me gusta, no me siento bien haciéndolo porque no la entiendo pero se me ha ocurrido un símil en relación a las próximas elecciones y la oferta de sus candidatos. Y digo oferta porque así es como me parece que se presentan, que se ofrecen a la población votante, como una oferta de saldo o como un chollo de última hora.
Ofrecen su programa electoral como los clásicos BBB: bueno, bonito y barato.

 ¿Cómo podríamos rechazar algo así? Nos lo creemos como cuando nos lanzamos a las rebajas a buscar esa ganga, esa que tan bien nos han vendido y que además no tiene competidores posibles ni en calidad ni en precio, a veces ni siquiera en producto; lo que he comentado antes de las tres B.
Y nosotros vamos y lo compramos con ese postulado de no perder la ocasión, de no ser tonto como dice la frase de un conocido spot publicitario que no voy a nombrar ahora pero que todos conocemos.

Estamos tan convencidos de la veracidad de lo que nos cuentan que no nos paramos a comprobar si ese producto es tal y como nos lo están vendiendo o si realmente es lo que necesitamos en ese momento, o si es mejor que el del comercio de al lado aunque éste no tenga tanta publicidad. Recordemos como funcionan las campañas de marketing, recordemos esa frase tan antigua de que nadie dá duros a real y recordemos que somos animales de costumbre pero también noveleros e ingenuos.

A veces nos lo creemos todo y consentimos que nos vendan gato por liebre porque nos guiamos demasiado por lo de fuera, por la apariencia, por el aspecto, por el carisma de ese vendedor de ilusiones que en la mayoría de los casos solo vende humo.
Cuando te das cuenta del error, cambias inmediatamente de tienda, como el que cambia de chaqueta. No van a engañarte dos veces y menos a ti que eres tan listo. Te agarras a la nueva oferta como a un clavo ardiendo, defendiéndola con uñas y dientes y renegando de la anterior o manteniendo en secreto que alguna vez fuiste objeto de su palabrería pero sigues sin comprobar y sin verificar; sigues comprando de forma compulsiva o a ciegas, porque no has caído en la cuenta de que también podrías sencillamente no comprar lo que no necesitas.

Esta situación repetida en el tiempo provoca que te sientas como un niño desamparado. Es la mejor definición que encuentro para el que se siente defraudado , confundido y en la obligación de elegir, no cualquier tontería,
sino el traje con el que te vas a tener que vestir durante unos cuantos de años.

Alguien me decía el otro día, defraudado por cierto: “ya no sé a quién votar porque sé que todos me la van a meter”. A lo que yo le respondí: pues si sabes que todos te la van a meter, elige por lo menos el que menos te duela.

Eso es así.

A. Aroca


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